domingo, 13 de febrero de 2011

Julia, la quiosquera

Julia era una mujer amable, sencilla, muy tierna y con una mirada entrañable, sobre todo con los niños, con nosotros. Todas las mañanas, a eso de las ocho, pasaba por delante de mi ventana. Yo, recién levantado, miraba por esa abertura el nuevo día que nos venia a recibir y esperaba con ansia el ver pasar a Julia, que con su paso desgarbado y decidido, se disponía como cada día de la semana a  abrir el quiosco, "el quiosco de la Julia". 
El mencionado tenderete, era una construcción aislada, pequeña y sencilla como ella, dispuesta con una puerta de acceso -solo permitido a la familia- y una abertura de cristal a modo de mostrador exterior, donde se podía encontrar desde la prensa diaria, revistas, refrescos, helados y chuches, todas las chuches del mundo.
Ese era nuestro puesto de las chuches y nuestro centro de encuentro, después de la merienda. Las monedas revoloteaban en nuestras manos, mientras estas eran mostradas a los amigos con el animo de ser el mas afortunado. Poco después, todas esas piezas de níquel y cobre, pasaban a depositarse encima del mostrador de la Julia y eran permutadas por bolsas de pipas, caramelos, helados, chicles y demás golosinas. Era nuestro momento... el mas esperado desde que a primera hora de la jornada, esa mujer de baja estatura, recorría día a día, la corta distancia entre su morada y su centro de ocupación y en el transcurso de ese breve paseo... yo, silenciosamente me aposentaba al filo del cristal... y veía el paso de la  Julia.
Cierto día, la quiosquera no apareció. El día amaneció triste, gris. En casa las prisas se aceleraron ya que había perdido mucho tiempo postrado en el mirador y un escalofrío recorrió mi cuerpo menudo. No paraba de pensar que había podido suceder para que esa mujer, bajita, amable y tierna, de andar singular, no hubiera transitado esa mañana frente a mi ventana.
La preocupación subió de tono, cuando después de ingerir lo dispuesto por mi progenitora a la salida de la escuela, el quiosco de la Julia... permanecía sellado como si nunca hubiera habido actividad alguna.
A pesar de todo, cada mañana al paso de las ocho... yo permanecia aplomado y sereno frente al cristal, recibiendo al nuevo día... y esperando el paso de la quiosquera.
Goma blanca de borrar negro.

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